por: Gustavo Placer Cervera. Dr. en Ciencias Históricas / Fotos Archivo
Aunque desde hacía varias décadas La Habana era el lugar de residencia del gobernador de la Isla de Cuba, no fue hasta 1607 que el monarca español Felipe III designó, de manera oficial, a esta ciudad como capital de Cuba.
Durante la primera mitad del siglo XVI, la conquista de las regiones continentales del Golfo de México y del Perú y el descubrimiento de la Corriente del Golfo, desviaron el rumbo de la navegación de América a España. La Habana se convirtió en el puerto de reunión de las flotas en su viaje de vuelta a través del Atlántico.
La importancia creciente del puerto habanero hizo que el licenciado Antonio Chaves, quien ocupaba el cargo de gobernador de la Isla de Cuba, se trasladara desde Santiago de Cuba, la capital designada, a La Habana y permaneciera en ella la mayor parte de su mandato (1546-1550). Su sucesor, Gonzalo Pérez de Angulo, quien gobernó de 1550 a 1556, quiso hacer lo mismo, pero fue conminado por la Audiencia de Santo Domingo, a instancias del cabildo habanero, celoso de su autoridad, a fijar su residencia en Santiago de Cuba.
Pérez de Angulo se trasladó a Santo Domingo a defenderse ante la Audiencia de las imputaciones que le habían hecho los de La Habana y lograr que fuera revocada la disposición que le ordenaba vivir en Santiago. Consiguió ambos propósitos.
La Audiencia de Santo Domingo dictó el 26 de julio de 1553 un mandamiento que autorizó al gobernador a mudar su residencia a La Habana, porque esta –expresaba el documento–, “es la confluencia de los negocios de dicha isla por los muchos navíos que allí concurren así de la Nueva España como del Nombre de Dios y Cartagena y Santa Marta y provincia de Honduras”.
Fue así que, a partir de ese año, La Habana vino a ser, de hecho, la capital de Cuba. Esto tendría, entre otras consecuencias, que el gobernador no podía atender adecuadamente los asuntos de la parte oriental de la Isla, con la cual la comunicación era muy difícil por mar, a causa de la actividad de los corsarios, y por tierra, debido a la falta de caminos. Bien establecido el hecho, el rey de España Felipe III y sus ministros decidieron dividir la Isla en dos gobiernos, con las cabeceras respectivas en La Habana y en Santiago, correspondiendo la autoridad suprema al gobernador de La Habana.
A esos efectos, se emitió una Real Cédula, fechada en Madrid el 8 de octubre de 1607, en uno de cuyos párrafos el soberano expresaba: “….y quiero y es mi voluntad que el de los dichos dos gobernadores tuviere á su cargo el gobierno de la ciudad de San Cristóbal de La Habana y los dichos lugares de su distrito sea y se titule mi gobernador y capitán general de la isla de Cuba y de la dicha ciudad como se han titulado hasta agora los que lo han sido de toda la Isla…”
Y como para que no quedaran dudas, un poco más adelante en el citado documento se reiteraba: “Y por los inconvenientes que se considera podrían resultar de lo contrario, mando que mi gobernador y capitán á guerra de la ciudad de Santiago de Cuba y su distrito esté subordinado en todo lo que tocare y fuere dependiente de materias de gobierno y guerra al mi gobernador y capitán general de dicha Isla y ciudad de La Habana”.
Fue así, como hace 400 años, por mandato del monarca español, se otorgó a La Habana oficialmente el rango de capital de Cuba.
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